Luciana, caminaba de prisa y sin descanso con su guagua a espaldas, envuelta en una lliclla medio amarillenta de tejidos viejos y roídos, su calzado eran unas simples ojotas de jebe negro, que dejaban al descubierto parte de sus pies cuarteados por el frio, enmarcados por unas voluptuosas polleras de colores apagados que mostraban la sencillez de su vida en el campo. Sus patrones eran unos “mistis yurak-runas”, gente mestiza de piel blanca, quienes le hicieron una propuesta para que entregara a su pequeña hija a una de sus hermanas soltera, ya que ella podía criarla y darle estudios para una vida mejor. Luciana en su ignorancia y la miseria aceptó dicho ofrecimiento ya que se veía sola a cargo de dos niños a los que mantener.
Pasado los días, Luciana encaminó a Marcabamba, pueblo donde partían los autobuses a la gran capital, por su lado pasaron una hilera de mulas y burros de carga que llevaban las encomiendas de los patrones, mientras Luciana tiraba a pie por el camino con su hija a espaldas. Su mirada a ratos se perdía entre las gélidas montañas, pareciera que hablara con los apus, despidiéndose de su guagua entre sollozos y canticos tristes harawis, mientras la niña dormía sin saber lo que el destino le deparaba.
Manas mamaychu, ni taytay kanchu, pukaypanti pariwana (bis)
(no tienes mama, tampoco papa, flamenco de patas rojas)
Chay runaq wawanta munayni warqan pukaypanti pariwana pukaypanti pariwana (bis)
(su hijo de esta persona me hace llorar flamenco de patas rojas, flamenco de patas rojas)
Ñoqallaymantas sapallaymantas pukaypanti pariwana (bis)
Yo sola, yo misma, flamenco de patas rojas
Kay runaq wawanta munayni warqan pukaypanti pariwana pukaypanti pariwana (bis)
(el hijo de esta persona me hace llorar flamenco de patas rojas, flamenco de patas rojas)
El camino era largo y arduo, Luciana a su joven edad era madre de un niño de 7 años con problemas de sordera, y de una niña de 2 años y medio a la que entregaba a la hermana soltera de su patrón, Mientras los hijos del patrón se acomodaban en los asientos del onmibus que les llevara a la gran capital, Luciana lloraba con tenues gimoteos apretando fuertemente a su hijita contra su pecho: -huayyyyy huayayaiii huayyyaiii huayayaii. Una de las despedida más dolidas que la pequeña Elena había sido testigo… le cogió de las manos a Luciana y le dijo: -No llores Lucianacha, No llores.
Quien pudiera consolar a Luciana en esos momentos. ¿Acaso no fueron las flores de kantu quienes vistieron su dolor de rojo intenso?, ¿Acaso no fueron los quinchu pikichus quienes le prometieron traerle noticias con el viento?; sus lágrimas se enjugaron para siempre en el húmedo rocío de esa fría mañana, Luciana entregaba a su guagua, la guagua que luego tanto añorara..